Despreciamos el vuelo del gorrión
cuando vemos un cuervo volar
y cuando contemplamos al águila
nos sucede algo similar.
Tal vez sea nuestra educación consumista
por lo que no nos permitimos disfrutar de la belleza,
el temprano hartazgo de lo que nos rodea
es producto de falsos pensamientos en nuestras cabezas.
Deberíamos conservar al niño que llevamos dentro
admirando cada detalle que ofrece la vida
y aunque con el tiempo perdamos la inocencia
la capacidad de sorprendernos no debería ser perdida.
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