25 de noviembre de 2010

ORACIÓN

En mi silenciada soledad acudo en cuanto puedo a mis sueños
y entre tediosas pesadillas a ningún dios le rezo:

Que encuentre pronto la luz que me guíe
pero que no me arrastre de tanto que brille,
que necesito del amor lo que no logro hallar
en ningún otro sentimiento,
pero que no me coarte la libertad,
porque sin ella me muero.

Que sea capaz de volar de tanto enamoramiento
que atraviese las nubes sintiendo en mi cara el viento,
que me asiente los pies en el suelo
para que no me lleven las mariposas volando,
que en el amor se necesita usar el cerebro
para razonar sentimientos de cuando en cuando.

Tal vez parezcan excesivos mis ruegos
pero no hay nada imposible, o eso espero,
que la vida sin querida es un drama
y si acaecen en el mundo la noche y el día
¿por qué no ha de haber una bella dama
para yo pertenecerle y que ella fuese mía?

19 de noviembre de 2010

LETRAS ENCADENADAS

Pueden considerarse letras encadenadas
unas detrás de otras, palabras vacías,
para quién no lo ha sentido como yo
jamás podrá comprender mis poesías,
todo mi mundo interior será nada.

Pero para mí que siento el fuego danzando
en mi alma, estos desahogos literarios son
lo que me da la vida, lo que me anima,
lo que me calma.

Esta terapia sin doctor me llama
cuando se lamenta mi maltratado corazón,
creo que sin ella ya habría enloquecido
pues los que somos de psicología complicada
necesitamos muy de vez en cuando un rincón
para darle a nuestra mente un respiro.

14 de noviembre de 2010

LLOVIÓ

Llovió fuertemente durante varios días
llovió de tal forma que se me olvido el sol,
aquel sol que hizo germinar en mí
el cariño, la amistad y la comprensión.

Después de haberse descargado
pasan sigilosamente las nubes
como si ni el suelo se hubiese mojado
despertando en mí sentimientos que antaño tuve.

Intento volver al camino tras haberme empapado
en los charcos que la lluvia dejó,
la sonrisa se me antoja un gesto forzado
porque sabe que está inundado mi corazón.

10 de noviembre de 2010

SEXO POR VOCACIÓN

Me vienen retales a la cabeza
de la mujer que me hizo hombre,
de aquella noche fresca de agosto,
de las estrellas susurrando su nombre.

Sumergidos en nuestro pequeño universo
gozando sin límite del amor,
de cada caricia, de cada bocado, de cada beso,
las sábanas sudaban más a cada segundo de reloj.

Los cuerpos desnudos comenzaban a fundirse en uno
nos entregábamos completamente y sin contemplación,
mi corazón era el único que estaba expuesto al daño
que traería consigo su sexo por vocación.