
El cubo de la fregona empezaba
a oler a amor derramado,
los pañuelos se llenaban de lágrimas
cuando el tren me alejaba de tu lado.
El llanto y la tristeza se tornaban en cansancio,
mientras veía que las miradas
de aquellos desconocidos se posaban
en mí, como en las ramas los pájaros.
Pero un día, al amanecer, no llegó
a mi cuerpo la luz,
mañana sumida en la oscuridad,
tristeza inmensa a la que ahora
mi alma se empieza a acostumbrar.
No puedo mantener una selva tropical
tan solo con agua, necesita del sol,
el tiempo hizo que mi humilde tiesto
quedara mustio, sin hojas ni flor.
Y aún permanezco aquí,
pero si algún día no aparezco
por tu puerta, no te extrañes,
tan solo habré muerto para tí.
A esa mujer
ResponderEliminarque un día vivió
en mí las 24h.
A esa mujer
que por alguna causa
a veces me acompaña.
A esa mujer
que donde quiera que esté,
el tiempo la hará olvido.